martes, 8 de noviembre de 2011

La despedida

En mi escritorio. Un par de velas encendidas a cada lado del ordenador. El fuego gana terreno a la cera cada vez más rápido. Pasan los minutos, no sé cómo empezar… Un par de maletas abiertas y desordenadas adornan la habitación, como en mi cabeza. Activo la playlist de “Guatemala”. Ordeno ideas mientras miro de vez en cuando alguna foto, ya son solo recuerdos. Mis manos frías se esconden bajo las piernas buscando calor cuando dejo de escribir. Aroma a vainilla aparece según la leve corriente que entra por la ventana.
Respiro profundo. Este, mi “diario compartido”, debe concluir.



Se me complica comenzar algo tan amplio. Algo tan extenso. En la vida real apenas han sido dos meses más. Su rutina, su vida, su día a día cotidiano. Miro a todos igual. Sin grandes cambios, si solo han sido 60 días!
Es curioso acercarte a alguien y contener tu acento chapín o tus expresiones inevitablemente pegadas. Tus gestos. Dar un solo beso en vez de dos. Tantos detalles…


Hablaré del día de la despedida. El jueves 3 de noviembre.

No podré olvidar jamás este día.

Amanecimos en casa de los Alay como tantas veces. Sobre las 8 salimos de la ciudad dirección Cerritos. Decidimos parar en el camino para comprar unas piñatas para los enanos. Yo de paso me fui a recortar la barba a una peluquería.

El camino de aproximadamente 45 minutos hasta la escuela fue diferente. Igual físicamente, igual en trayecto, igual en distancia, igual en tiempo… pero los 3 sabíamos que era el último. Éramos conscientes en los pequeños silencios que toda la ventura se acababa. Nada iba a repetirse. Cada momento ya era irrepetible. La ventanilla hablaba de otra manera, era especial. Los mismos paisajes pero vestían diferente. Eran los últimos.

Llegamos a la escuela. Algo dentro de nosotros deseaba que fuera algo especial. Sinceramente esperábamos haber cambiado algo las diminutas vidas de los niños allá en Cerritos y, de alguna manera, apretábamos el puño para que nos lo demostraran.

Abrimos la puerta, como cada día. Puerta azul metálica con un pequeño ventanal rectangular. Pero algo no era normal. Algo ocurría. Según abrimos no aparecieron como de costumbre 4 o 5 niños corriendo hacia nosotros diciendo algo así como: “Cárgueme por favor por favor cárgueme” “Profe Daniel! Regáleme un juego, regáleme un juego” “Saque el celular chileeeeero” etc. En esta ocasión estaban todos sentados en el escalón del patio. Bien ordenaditos. Sin moverse. Nos acercamos al centro del patio cuando comenzó a sonar una canción, ni siquiera llegué a saber cuál era.

Nadie se movía. Nosotros entre emocionados e inquietos por ver si pasaba algo nos quedamos quietos. 30 segundos. No sabíamos qué hacer y avanzamos. Ya no sabíamos si realmente todo ocurría por nosotros o tan solo eran nuestras inmensas ganas de que algo especial nos hicieran los niños que teníamos imaginaciones. Nos acercamos hacia las escaleras y algunos niños vinieron a darnos abrazos y besos, eso ya como siempre. Al ver que no ocurría nada diferente, subimos a acabar de hacer la maleta.

Sensación extraña un poco por las ganas de que fuera una despedida singular.

Pero entonces, ya casi llegando al apartamento subiendo las escaleras Evelin, la niña con minusvalía, me alcanzó corriendo y me dio un abrazo, como siempre. Pero esta vez cargaba algo en la mano… me lo dio. Lo abrí. Era el dibujo de un delfín. Su dibujo. Vi como me el abrazo se hizo diferente, más intenso. “No se vaya profe Daniel” Dijo. Y el abrazo se tornó más intenso… Ninguno podía contener las lágrimas en ese momento. Nos abrazamos fuertemente. Poco había que decir.

Al rato de hacer la maleta, aún sin acabar, Estuardo (el niño más rebelde) subió exhausto a decirnos que bajáramos, que nos estaban esperando hacía ya un rato. Bajamos.
Ya habían preparado las 2 piñatas que les habíamos traído. Fue divertido.


Se volvían locos con los caramelos! Se llenaban las camisetas de caramelos hasta que no les cabían más. Vaya cómo se tiraban al suelo a por ellos! Jeje

Estuvimos algo menos de una hora con las piñatas. Un pequeño regalo para ellos. Al menos un mínimo detalle para el tiempo que habíamos compartido juntos. Además, mientras las piñatas caían, les dimos una libreta cada uno de nosotros para que escribieran lo que quisieran. Todos ellos escribieron algo.
Ya parecía que llegaba la hora de subir a acabar de hacer la maleta y despedirnos definitivamente. Qué equivocados estábamos.

Seño Vivi llamó a varios niños. Los colocó delante de nosotros como un coro. Bien ordenaditos. Algo parecía que iba a ocurrir. Nosotros 3 sentados abrazados con algunos niños más pequeños en un escalón mirábamos sorprendidos.

Seño Vivi habló. Dijo que habían preparado una canción para nosotros. Para despedirnos.
Ahí estábamos, delante de los enanos que tanto nos habían dado durante estos meses en Guatemala. Esperando a que nos cantaran algo para nosotros. Comenzaron a cantar. 


Los tres, ya emocionados, como no podía ser de otra manera comenzamos a dejar asomar alguna lágrima. Sinceramente no reconocí la canción, pero qué importa… seño Silvia les ayudaba a cantar alentándolos. Ellos, vergonzosos y despistados, cantaron desorientados y desacompasados. En mi memoria… no recuerdo que nadie me haya cantado mejor.
Se sentaron. Seguíamos emocionados pero ya lo podíamos contener. Entonces seño Vivi comenzó a hablar.

Nos dijo algo así:
Gracias por todo. Gracias por vuestro esfuerzo. Habéis sido especiales. No solo el trato con los niños sino con todo Infancia con Futuro ha sido diferente. Dijo que nadie se había implicado como nosotros con los niños y con los profesores. Que nos lo agradecían y que por ello los niños habían preparado a cada uno de nosotros una carta. Una carta que nos llevaríamos a España para recordar a cada uno de ellos, aunque obviamente no era necesario.

Al escuchar esas palabras ninguno de los 3 nos pudimos contener. Era algo evidente. Rompimos a llorar. Cual niños pequeños. Y como niños, cada pequeño comenzó a hacer lo mismo. Se creó un ambiente increíble, muy íntimo a pesar de estar en medio del patio de una escuela.

Entonces Madelin, una de mis favoritas, se levantó. Comenzó a decirnos lo especiales que habíamos sido, lo que había significado para ellos que estuviéramos allí, todo lo que nos querían… Apenas podía hablar, pero entre sollozos se entendió todo. Llevaba su carta en la mano. Se acercó y me la dio. Nos fundimos en un abrazo. Entre lágrimas tartamudeaba algo así como: “No os vayáis” “Por favor quédense aquí una semana más” “No se vayan por favor”. Y así nos ocurrió a los 3 con cada uno de los niños que teníamos en frente.


Un momento que jamás podremos olvidar. Nunca. Cada palabra se clavaba y ardía por la imposibilidad de realizarla. Pero fue increíble. 


Estuvimos alrededor de una hora así. Todos los niños venían a darnos un enorme abrazo. Nos decían todos lo mismo: “Que nos quedáramos”. Niños y niñas, más grandes y más pequeños.


Nos hicimos fotos con todos. Con profes, con niños, con la directora, con Amado, con Paulino… con todos.


Cori, la directora, se acercó a los 3 y nos dio un gran abrazo. Estando los 4 abrazados, comenzó a decirnos que por allí habían pasado muchos voluntarios pero que nadie se había implicado tanto con los niños y con los profesores. De veras esas palabras llegaban bien a dentro. Que se habían divertido mucho con nosotros. Que los niños hablaban de nosotros constantemente. Los padres, al irles a buscar a la escuela, decían que los niños en casa hablaban a menudo de seño Raquel, seño Lorena y profe Daniel.  
Nos sentíamos muy orgullosos.


No se cansaban de abrazarnos...




El acto acabó en el salón. Allí Edgar nos regaló unas palabras que venían a decir lo mismo que acabábamos de escuchar a Cori, agradecernos el tiempo prestado allá en Infancia con Futuro.



Además tenían una sorpresita más. Nos hizo un diploma reconociéndonos la labor realizada en Cerritos.

Fue una despedida increíble. Se nos secaron las lágrimas pero nunca la podíamos haber esperado tan especial. Fue única.

Salimos de Cerritos con la sensación de que el trabajo realizado no había sido en vano.


Aun nos quedaba despedirnos de nuestros amigos. Habíamos quedado con ellos en el mercado central para comer y comprar los últimos recuerdos para familiares y amigos.

Allí estaban, cómo no Maggy y Toño, siempre pendientes de nosotros en todo momento. Junto con Edgar, fuimos a comer algo. Toño se fue al poco, luego le encontraríamos en la tarde noche. Maggy se quedó con nosotros comprando algunas cosas, ella se iba a Petén (su casa) a las 4 y quedaría una hora. Nos las ingeniamos para comprarla un par de detalles (qué menos!) antes de que se fuera. Tenía la sensación de que no iba a ser la última vez que les íbamos a ver.

Ya llegando la hora nos juntamos los 4 visiblemente emocionados. No nos dimos cuenta, cuando se adelantó con un sobre para cada uno. Las pocas lagrimillas que nos quedaban allá las dejamos en mercado central. Era un sobre con algo escrito para cada uno y fotos del día anterior, del concierto! Se lo había currado un montón. Tuvo que hacerlo de madrugada o bien temprano, además estaban impresas. Un detalle más en la kilométrica lista de detalles con nosotros.

Se fue, pero seguro que no para siempre.

Nos quedamos comprando hasta las 6 o así y fuimos a la U. Habíamos quedado con la gente para despedirnos. Marco, Pazmiño, Toño, Jacky, Rodrigo y demás gente de la U. Había concierto en el campus y estaban allá todos. Nos quedamos hasta las 10 con ellos tomando algo y disfrutando del último momento. Les regalamos un detallito también. Marco y Toño también se emocionaron con nosotros. Saben que tienen una casa al otro lado del charco y, lo que es más importante, 3 amigos que les acompañarán.

David, tan amable y atento como siempre (qué hubiéramos hecho sin él!), nos esperó en el aeropuerto con su mujer junto con Edgar y Sonia que nos llevaron a las 5 de la mañana al día siguiente. Eternamente agradecidos.


El avión voló y nos devolvió a la realidad. En la que ahora me encuentro.

Necesito esta semana de desconexión para sacar conclusiones. Las escribiré en la definitiva y última entrada más adelante que, aunque no formen parte de la aventura, sí de la experiencia.


Pero eso será otro día.

No tendré prisa.


Órale mis cuates!


3 comentarios:

  1. ¡¡¡pues ya me has hecho llorar!!!
    me alegro que lo hayas disfrutado tanto.
    un besazo

    ResponderEliminar
  2. Pues si..., es contagioso. Muac y mi más sincera enhorabuena a los cuatro. Es un orgullo para todos gente como vosotros.

    ResponderEliminar
  3. hasta pronto cabrón....se te aprecia saludos desde Guate...

    ResponderEliminar